26 de octubre de 2012

Una guia para los sin Dios: C9-Juicios (5 de 8)

Supongamos que alguien tiene que elegir entre un trato de negocios redituable y la lealtad a un amigo. Para decidir, tendría que empezar por imaginar todos los variados escenarios que pudieran nacer de cada opción. Tendría que imaginar qué pasaría cuando su amigo se diera cuenta de su traición, como sería vivir sin ese lucro, lo que su familia pensaría, lo que sus empleados pensarían, y así sucesivamente. Luego tendría que imaginar todas las consecuencias de todos esos escenarios imaginarios. Luego intentar saber la probabilidad de que suceda cada escenario. El cálculo es inmenso.

En su libro, La racionalidad de las emociones, Ronald de Sousa explicó cómo las emociones son suficientes para resolver el susodicho problema de toma de decisiones. (de Sousa 1987:192-196) Nuestras memorias contienen un montón de información. Un poco de ella es relevante para la decisión que enfrentamos, y la demás no. En el ejemplo arriba citado, la personalidad de su amigo y qué tan lucrativo sea el negocio son información relevante, pero el precio del maís en Chicago y el color de su coche son irrelevantes. La cantidad de información irrelevante en su memoria es vasta, y su vastedad crea este problema: ¿Cómo saber cuando una pieza dada de información es relevante a menos que se la localice y se la examine? No se puede saber su relevancia por adelantado. Sin embargo, si se tiene que localizar y reflexionar respecto de cada trozo de información en la memoria para saber si es relevante para una decisión, entonces el proceso de toma de decisiones es potencialmente interminable.

La racionalidad pura y sin emociones nos puede traer solamente hasta aquí. En cambio, las hipótesis de de Sousa es que nuestra toma de decisiones no es carente de emociones. El rol de nuestras respuestas emocionales a la situación que enfrentemos es enfocarnos hacia algunas partes de la información y alejarnos de otras. Las emociones resaltan algunos trozos de información para nuestra decisión, y nos lleva a ignorar el resto. Hemos aprendido nuestras respuestas emocionales de la experiencia, y si aprendimos bien, entonces nuestras emociones resolverán el problema de la relevancia. Las respuestas emocionales aprendidas nos permiten tomar decisiones en una cantidad de tiempo razonable. Las emociones son racionales en un sentido estratégico.


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